Por Augusto Munaro
Para LA GACETA - Buenos Aires
- ¿Cómo y cuándo surgió su última novela?
- Como casi todas mis novelas, surgió a partir de una idea para un cuento. Empecé a escribirla como el último cuento que cerraría un libro de relatos sobre sexo y muerte que escribo de a poco, y que tiene como título provisorio Los reinos de la posición horizontal. Lo mismo me había pasado antes con La muerte lenta de Luciana B. Hay historias que a medida que uno las escribe revelan otras potencialidades, además del núcleo inicial de ideas. En el caso de Yo también tuve una novia bisexual la primera idea, el germen inicial, era contar una relación fugaz pero muy intensa, que termina por tocar profundamente a los dos protagonistas. Quería, además, contar algo de lo que Calvino llama el "mundo no escrito", en este caso en torno al sexo. Hasta el siglo XIX, el sexo era el gran tabú de la literatura, y aún en libros considerados "libertinos", como Historia de mi vida, de Casanova, la aproximación al sexo es por antesalas, prolegómenos, elipsis. En el siglo XX, en cambio, hay algo así como una super-explotación del tema, que lo "encierra" en otros clichés: el sexo tal como aparece en el realismo sucio, el sexo asociado a cierto cinismo o sordidez, el sexo en sus variantes violentas o sádicas. O bien, la otra variante, lo que yo llamo la sublimación lírico-filosófica: el sexo embellecido por metáforas, por cierta retórica demasiado literaria. Yo quería contar una historia que siguiera el escalonamiento de lo sexual en una relación con naturalidad, con la misma atención y detenimiento con que el narrador observa todas las demás cosas de ese mundo nuevo del campus al que llega. Creo que es difícil encontrar ejemplos en la literatura donde el foco sea la progresión de una relación sexual, porque escribir sobre sexo, sobre el hecho en sí, de manera sostenida, es difícil e incómodo, y puede llevar muy pronto a ciertas repeticiones mecánicas de "figuras".
- Y allí el desafío.
- Exacto, en mi novela, cada escena debía tener un significado diferente y propio. La segunda idea, más "teórica", tiene que ver con una de las divisiones posibles de los relatos. Hay en la literatura, por un lado, la construcción de grandes frescos histórico-políticos, la recreación de tal o cual momento histórico concreto. En el otro extremo, tenemos los relatos de relaciones íntimas, de mundos privados, secretos, relativamente autónomos, ajenos en principio a ese ruido de lo histórico. Yo quería que esta historia secreta fuera tocada en algún momento por esa gran conmoción que fue el 11 de septiembre. Poner el efecto mayor y estentóreo de lo histórico al servicio del efecto "menor": mostrar las consecuencias en una historia privada de ese roce indirecto y funesto. A partir de este primer par de términos opuestos (lo privado versus lo político) se me ocurrió introducir también la pequeña teoría crítica que aparece más adelante, como apuntes mentales del narrador para una conferencia.
- Este es su noveno libro y uno de los más atípicos de su producción.
- Algunos de los lectores creen que es un libro drásticamente diferente de mi obra anterior. Esto es cierto, y es algo que me propuse, pero a la vez, yo veo varias líneas de continuidad: en el trabajo del lenguaje hay algunas semejanzas con obras anteriores: los diálogos que no están separados por guiones sino "recordados" como una alternancia de voces (la misma técnica que usé en La muerte lenta de Luciana B.), la necesidad de traducir del inglés y el mundo del campus universitario, como en Crímenes imperceptibles. En cuanto al tema, el relato erótico ya lo había intentado en Infierno grande y en varios otros cuentos que publiqué en estos años, en algunas escenas bastante explícitas de mi segunda novela, La mujer del maestro, y también en los primeros capítulos de La muerte lenta de Luciana B. La novedad es que en esta novela el tema sexual es la nota dominante, el sexo aparece como un prisma de varias dimensiones, y el escalamiento de lo sexual es una de las líneas de intriga. Una diferencia importante, creo, es que no hay en esta novela una relación de admiración-superioridad entre los personajes masculinos, como sucedía con diferentes avatares en libros míos anteriores. También trato lo político de un modo más preciso y fechado que en novelas anteriores, donde prefería cierta atemporalidad.
- El sexo articula buena parte de la historia. La bisexualidad se presenta como un terreno complejo. ¿Siente que la temática erótica le ayudó a ampliar sus posibilidades narrativas?
- Sentí que era un desafío difícil escribir de una manera sostenida sobre sexo. Las posiciones son relativamente pocas y el primer peligro es la repetición mecánica, transformarlo en "una cuestión de orificios". En general, aún en las novelas eróticas, el sexo aparece como "números", escenas intercaladas. Yo quería que en mi novela fuera algo así como un continuo, y que se viera algo de la progresión física y emocional de una pareja. La otra dificultad al escribir sobre sexo es que el lenguaje se vuelve anatómico y es difícil encontrar las palabras que sean a la vez precisas y expresivas. Uno queda enredado en un lenguaje que es a veces infantil, o médico, o puramente descriptivo, o sórdido, o excesivamente vulgar. Por eso en general la escapatoria en las novelas eróticas suele ser la metáfora, o una retórica demasiado alzada, que termina distanciándose del asunto. Lo que me permitió acercarme más, escribir "al ras de la piel" fue el registro del diario íntimo.
- Es cierto, parte de la novela está narrada en forma de diario. ¿Qué posibilidades le brindó tal elección?
- Fue, la primera vez que incursioné en este registro. Para mí fue una decisión en lo estructural muy importante, y lo que me llevó a convertir lo que en principio era un cuento en una novela. En el diario íntimo uno puede condensar varias experiencias simultáneas a modo de apuntes breves, sin perder la continuidad de la atmósfera. Pero sobre todo, el narrador ya sabe, por la enfermedad de su memoria, que perderá en el futuro todos los recuerdos de Jenny. Por eso el diario íntimo es para él algo así como la tabla de un náufrago arrojada al futuro, el registro de impresiones sensoriales que pueda, a la manera de Proust, devolverle algo vivo de ella, que le permita recobrarla como una reminiscencia con el paso del tiempo. Gracias también a la libertad de "agenda" que da el diario íntimo, pude intercalar también las notas mentales del narrador para una conferencia, que me permitieron decir algo en el plano teórico sobre las teorías críticas.
- Usted es matemático. ¿Cuáles son las certezas que brinda la literatura? ¿Y las incógnitas?
- La literatura no da demasiadas certezas. Incluso, páginas que uno creía memorables o párrafos furiosamente subrayados en una primera lectura se leen al cabo de los años con extrañamiento. Al escribir, cada tanto uno tiene la sensación de algún hallazgo, de una frase feliz, de que tal o cual parte de una novela está bien. Pero por supuesto es una sensación privada e intransferible. Una de las pocas certezas que tengo para mi trabajo es que las sucesivas correcciones acercan más al texto a una forma elusiva y "definitiva". Y esa forma es la que yo percibo. Es decir, hay una esperanza del orden de lo platónico en la manera en que yo trabajo. La incógnita es siempre cuánto de aquello que uno quiso decir se escucha realmente del otro lado. Cada tanto uno se encuentra con lectores atentos y clarividentes que prueban que el juego tiene sentido.
- ¿Cada estilo literario cifra una fórmula narrativa?
- No necesariamente. Yo creo que el estilo, o cierto fraseo, ciertas atmósferas, cierto trabajo característico del lenguaje, se puede sostener aún atravesando géneros muy diferentes entre sí, con distintas fórmulas narrativas. Thomas Mann y Borges son buenos ejemplos en este sentido.
- ¿Cómo trabajó el personaje de Jennifer Johnstone?
- Quería que toda la novela transcurriera a través de ella y por las emociones que despierta en el narrador. Quería, sobre todo, que estuviera viva, que se viera en ella algo vital, feliz, y adorable. En cuanto a su bisexualidad, era fundamental mantener esa nota a la vez presente y semioculta, para darle una dimensión trágica hacia el final.
- Si se presentase la oportunidad de llevar esta novela a la pantalla grande, como ocurrió con Crímenes imperceptibles, de la mano del realizador español Alex de la Iglesia; ¿a qué actriz le gustaría ver en el papel de Jennifer?
- Una actriz joven española que se llama Clara Lago, en realidad estamos pensando en ella para el papel de Luciana en La muerte lenta de Luciana B. Pero me parece que podría hacer cualquiera de los dos roles. Quizá en la Argentina podría hacerlo Vanesa González.
- Si bien la historia narra escenas explícitas, su lenguaje no lo es. ¿Desconfía de él?
- Intenté que cada escena estuviera contada de una manera distinta, con diferentes registros, pero que todas mantuvieran algo de la naturalidad con que el narrador describe otras situaciones y otros personajes de ese mundo nuevo al que se asoma.
- ¿La trama continúa siendo esencial para narrar una historia?
- Yo percibo, tanto como lector como cuando escribo mis propias historias, que uno de los elementos que más me interesa en narrativa es el de cierto suspenso, la inminencia de algo que desconocemos y que se va configurando a medida que avanza la historia. Este suspenso no tiene por qué ser explícito como, por ejemplo, en una novela policial. Es una cuestión de atmósfera, de enrarecimiento, de tensión creciente. Para mí, la importancia de la trama en lo estructural tiene que ver sobre todo con esto. Si no hay trama, si los hechos se suceden de modo arbitrario, si lo que predomina es la digresión, la novela pierde esa tensión interna, esa progresión de lo dramático. En el caso de esta novela, el suspenso tiene que ver con el ocultamiento y el disimulo de los dos protagonistas, que son profesor y alumna en una universidad conservadora donde esa relación está prohibida.
- ¿Qué le reprendería a la actual literatura nacional?
- No tengo nada que reprochar, creo que se está viviendo un gran momento, con diferentes generaciones que publican con cierta regularidad sus obras, editoriales nuevas que abren el espectro, una multitud de variantes estéticas, y un público lector que, supongo, tiene la suficiente masa crítica como para que estos emprendimientos se estén sosteniendo en el tiempo.
- ¿Qué opinión le merece la obra de Ricardo Piglia?
- Es un escritor al que siempre admiré, yes un gran lector y crítico. Tesis sobre el cuento es un texto fundamental para cualquier aspirante a escritor. Tuvo conmigo una actitud muy generosa cuando publiqué mi primer libro de cuentos, Infierno grande. La lectura que hizo de mis cuentos fue para mí muy reveladora y precisa.
- ¿Y César Aira?
- Disiento con la celebración automática de su obra, que es parte del cliché contemporáneo de la crítica literaria. Me han gustado algunas de sus novelas, en particular la primera parte de Emma, la cautiva, La guerra de los gimnasios y, entre las últimas, Parménides (una novela "de ideas" perfectamente seria y profunda, si se quita el primer chiste sobre el nombre del protagonista), y también El mármol, con varias ideas narrativas extraordinarias, como el "descenso infinito" de los vueltos. Diría que en general las novelas de Aira me interesan hasta el momento en que aparecen los extraterrestres, y se nota el propio aburrimiento del autor respecto de su material. Tengo en cambio diferencias profundas con sus ideas sobre literatura, que fueron adoptadas demasiado dócilmente por académicos y suplementos culturales en los últimos 30 años. Escribí sobre esto un artículo que se llama Mitología y cliché en las discusiones literarias y que puede verse en mi sitio web.
- ¿Cuáles son sus próximos desafíos?
- Terminar mi libro de cuentos Los reinos de la posición horizontal y retomar una novela larga que tengo en suspenso desde hace mucho tiempo, y que será mi proyecto más ambicioso.
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Augusto Munaro - Periodista cultural.
PERFIL
Guillermo Martínez nació en Bahía Blanca en 1962. Se doctoró en Ciencias Matemáticas en Buenos Aires y siguió estudios en Oxford. Entre sus libros se destacan Infierno grande, Acerca de Roderer, La mujer del maestro y Borges y la matemática. Ganó el Premio Planeta con Crímenes imperceptibles, novela traducida a 35 idiomas y llevada al cine por Alex de la Iglesia. La muerte lenta de Luciana B. fue elegida por la crítica en España como una de las diez mejores novelas de 2007.